jueves, 17 de marzo de 2016

Hänsel y Gretel -Adaptación para adultos, parte 1-

Junto a una gigante ciudad vivía un pobre ex empleado con su mujer y dos hijos: el pequeño se llamaba Hänsel y la niña, Gretel.
Ellos apenas tenían qué comer porque después de aquel fatídico Diciembre de 2001 esa familia quedó “culo pa´rriba” según decía el hombre. Por ello, ni siquiera podían ganarse el pan de cada día.
Una noche en la cama, cavilando y revolviéndose, con preocupaciones que no le dejaban pegar ojo; finalmente le dijo a su mujer:

  • ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo vamos a alimentar a los pibes?
  • Se me ocurre una cosa –respondió ella- Mañana, los llevamos de paseo a la capital, los dejamos en alguna plaza y nos vamos a buscar trabajo. No creo que sepan qué Bondi hay que tomar para regresar.  
  • ¡Por Dios, mujer! Yo no voy a hacer eso. ¿Cómo voy a soportar sobre mis espaldas esa carga? ¿Cómo voy a abandonar a mis hijos? Además, no tardarían en ser corrompidos por alguien.
  • No seas necio –exclamó ella- ¿Querés que nos muramos de hambre los cuatro? Ya podés ir armando los ataúdes.

Y no cesó en su discurso hasta que el hombre accedió.

  • Pero me dan mucha lástima... -expresó-.

Los dos hermanos, a quienes el hambre mantenía desvelados, oyeron los consejos de su madrastra a su padre. Gretel, entre lágrimas casi susurrando dijo:

  • Ahora sí que estamos perdidos.
  • No llores, Gretel. Yo me las voy a arreglar para salir de esta.

Cuando el matrimonio se hubo dormido, Hänsel se levantó y salió por la puerta trasera de la humilde morada. Frente a luna como testigo, recogió blancos guijarros que estaban en el suelo hasta que no le entraron más en los bolsillos. Con un beso en la frente, saludó a su hermana y entre pensamientos pidió ayuda al cielo.

Con las primeras luces del día, la mujer fue a llamar a los chicos:

  • Vamos, vagos… a levantarse que tenemos que salir.

Y dándole un pedazo de pan advirtió:

  • Ahí tienen su almuerzo, no lo coman antes porque no les voy a dar otro más.

Gretel colocó la hogaza dentro de su pequeña mochila ya que Hänsel no podía guardarlo en sus bolsillos llenos de piedras. Así emprendieron los cuatro el largo viaje a la capital. Hänsel se detenía -de cuando en cuando para volver la vista atrás- y así piedritas echar a lo largo de todo el camino.
Cuando estuvieron en medio de la ciudad, dijo el padre:

  • Quedensé acá que nosotros vamos a tratar de encontrar alguna changa.

Los dos hermanos se sentaron en un banco y al mediodía cada uno se comió su pedacito de pan. En la tarde, el cansancio les venció los ojos y se quedaron profundamente dormidos. Al despertar, vieron la noche cerrada. Gretel se asustó, pero Hänsel la consoló:

  • Espera un poco a que la luna brille y ya encontraremos el camino de regreso.

Cuando la luna estuvo alta en el cielo, el niño; tomando la mano de su hermanita, se guió por las piedras que, brillando como la plata, le indicaron la ruta.    
Anduvieron toda la noche y llegaron a la casa al despuntar el alba. Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra que al verlos exclamó:

  • ¡Pendejos de mierda! ¿Qué es eso de quedarse tantas horas en la ciudad? ¡Creíamos que no querían volver!

El padre, en cambio, se alegró de que hubieran vuelto, pues le remordía la conciencia por haberlos abandonado.

Días después, la madrastra volvía a insistir:

  • Otra vez se terminó todo; sólo nos queda un pedazo de pan y sanseacabó. Tenemos que deshacernos de los chicos.

Le dolía tener que abandonar a sus hijos, pero quien cede la primera vez, también cede la segunda. Y el hombre no tuvo el valor para negarse.
Los chicos, aún despiertos, oyeron toda la conversación.
Cuando los viejos se hubieron dormido, Hänsel intentó tomar varias piedras nuevamente; pero no pudo, pues la mujer había cerrado la puerta.
A la madrugada siguiente, se presentó la madrastra ante ellos para sacarlos de la cama, les dio un pedacito de pan aún más pequeño que el anterior y los llevó camino a la ciudad. Hänsel iba desmigajando el pan poco a poco, sembrando un camino de migas.
La madrastra condujo a los niños a un lugar en el que nunca habían estado y con excusas sobre búsquedas de trabajo, allí los soltó. Sin saber cómo actuar, se quedaron a esperar y el sueño los venció.
Se despertaron con la noche oscura y cuando se disponían a regresar, no encontraron ni una sola miga, era lógico... se las habían comido los pájaros. Hänsel miró a su hermana y dijo:

  • Tranquila, ya daremos con el camino.

Aunque no fue así, anduvieron toda la noche y todo el día siguiente vagando por allí. Sufrieron hambre pues no habían comido más que unas naranjas ácidas de un árbol que había en la calle. Cansados y con las piernas negadas a sostenerlos, se echaron otra vez y se durmieron.
Amaneció ese día tercero desde salieron de casa: reanudaron la marcha, pero cada vez se extraviaban más. Si alguien no acudía pronto en su ayuda, estaban condenados a morir de hambre. Al rato, vieron un hermoso pájaro blanco que; incansable, cantaba. Ambos pensaron en comérselo instantáneamente. El animal pareció adivinar sus pensamientos y por ello, extendió sus alas y voló veloz. Los hermanos comenzaron a correr detrás de él, llevados por el hambre. Sin saber cómo, ni cuándo los niños llegaron a una casita de la que salía olor a bizcochuelo, chocolate y, por las ventanas, se veían varias consolas de juegos. Con los ojos cerrados y deseosos por probar aquellos manjares que percibían con sus olfatos, comenzaron a acercarse a la puerta. De repente, se abrió bruscamente y salió una mujer altísima que los miraba casi sin pestañear.

  • Hola, pequeños ¿Quién los trajo hasta acá?

Los chicos no contestaron. Por ello, ella siguió:

  • Vengan conmigo, no tengan miedo, no les voy a hacer daño.

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