jueves, 13 de octubre de 2016

Estudiar siempre es el camino

Cada tanto y cuando me siento inspirada se me da por escribir este tipo de textos. No sé si es que la reflexión me lleva a tener que contar, desde mi lugarcito, parte de mi experiencia, no sé la vorágine de la loca vida que llevamos me hace observar alguna cosas y de repente exploto, no sé si el pensamiento llega invadiéndome de golpe o si es algo que tengo guardado desde hace tiempo y sólo cuando es posible pasarlo a un papel es que llega a mí. No es que tampoco importe demasiado cómo llego a este proceso creativo pero a veces me llama la atención.
Lo cierto es que, cada tanto, también a veces escribo para que me lea mi hermana, mis amigas, mi familia o un simple extraño… da igual. Pero necesito expresarle sobre todo a otros que mi experiencia también puede ser la tuya, que tu problema pudo haber sido el mío y que nada es tan grave como parece. No es que sea soberbia, o al menos no es esa mi intención, simplemente tecleo para que te reconozcas en alguna palabra. Cuando consigo eso… mi trabajo ya está hecho. Porque una de las cosas más gratificantes para alguien que escribe es que alguien comente su laburo y se reconozca en él… aunque sea con una pequeña frase.
Y todo este preámbulo, que tal vez no es tan claro, tiene que ver con la que creo es mi vocación y mi pasión. Suena trillado, lo sé… pero ¿a quién le importa? Lo que quiero decir es que yo siempre busqué esa vocación. Desde chica… y creo que tenía claro que mi vida tenía que ver con el arte pero no sabía a dónde me iba a llevar. Recuerdo que ya a los 13 decía que iba a ser actriz y que me llevé una buena cagada a pedos por eso, y todavía resuena en mi mente ese: ¿Y de qué vas a vivir? Con eso te vas a cagar de hambre. Tiempo después llegó la danza, el fitness, las clases como profe, las clases como alumna –de todos los estilos y colores- pero el teatro no llegaba. Sí vino el teatro musical y estudiando y laburando en ello fui muy feliz. Pero algo faltaba. Y yo no sabía qué era eso.
Años después, entre el trabajo, la rutina, una relación que era más bien tumultuosa y conflictiva y el estudio… empecé a escribir. Escribí sin parar: en casa desde la compu, en el laburo a mano, en los viajes con el celular pero escribí. Y así, me salvé. Así pude romper con todo y buscar ilusión en una vida que no la tenía. Escribir, imaginar, sonreír, llorar y sentir a través de lo que escribía me llevaba a un lugar en que nadie más podía entrar. Sólo yo. Porque, obvio, todavía no mostraba lo que escribía. Así volví a tener energía y volví a encontrarme porque estaba perdida, muy lejos de mí.
Pasé un par de años boludeando con eso e incluso empecé a hacer distintos cursos relacionados con la escritura pero el 2014 iba a ser bisagra para mí.
Esa nueva (que no era tan nueva porque recuerdo que,  siendo muy pendejita, escribía algunos poemas bastante malos) pasión me había llevado a desear lo imposible, a esforzarme por estudiar y entrar en una escuela pública.
Ayudada e incentivada por dos amigas y apoyada por mi esposa fue que me inscribí para dar el ingreso en un terciario de gran prestigio. Estudié un par de meses, leí obras de teatro, analicé series nacionales y extrajeras, vi películas que en mi vida creí que iba a ver para entrar a ese instituto.
Llegó febrero y rendí el primer examen. Sólo recuerdo que estaba tremendamente nerviosa y que vi a unos cuantos seres humanos que estaban más o menos como yo. Esperé la nota tachando los días y sí, había pasado a la siguiente etapa: la entrevista personal. Creo que eso me daba más miedo que el escrito. Fui a rendir y rogué que no me tocara una mesa y sí, fue la que me tocó. Entré justamente después de que una chica salía a las puteadas de ahí. Supuse que los tres profesores que tomaban la prueba estaban de mal humor y además, muertos de calor. Y sí, en algo tenía razón… en el calor. Pero lo cierto es que, más allá de eso, los profes fueron super amables y hasta incluso creo que la pasé bastante bien. El resultado estuvo claro pero los nervios aparecieron igual, necesitaba sí o sí que me dieran la respuesta. La ansiedad se había apoderado de mí. Y jamás me había pasado algo así, nunca en mi vida había sentido tanta emoción para entrar a estudiar. O sí, pero no de esa forma tan especial. Creo que tenía que ver con que era un terciario, como un ambiente que no había curtido nunca. O sea, yo había estudiado mucho pero mi experiencia tenía que ver con la conchudez que sufren algunas actrices y con cuidar mis zapas de danza porque corrían peligro de pérdida pero no tenía ni idea de sentarme con un montón de gente desconocida y compartir lo que escribía, de cómo eran los locutores que me iba a cruzar, ni los productores, ni mucho menos los operadores. El tema es que la ilusión y las ganas que tenían se llevaban la grande.
Después llegó la adaptación, el conocer a los compañeros, el hacer amigos, el escribir, escribir, escribir y seguir escribiendo; el stress y el agotamiento. También las lágrimas porque sentía que no llegaba con nada pero yo seguía insistiendo. Es algo que siempre te va a pasar si elegís estudiar en una escuela pública. Todo el sistema, créase o no, está preparado para que vayas contra la corriente. Los profesores pueden ser maravillosos, otros pueden ser inaguantables y te preguntás, más de una vez, por qué extraña razón están al frente de una cátedra, por qué no se dejan de joder y se van a tirar al sillón de su casa en pantuflas en vez de estar ahí pasándola mal. Pero el día que te encontrás con ese profe que te ayuda, que te prepara, que colabora con vos, que siempre tiene la palabra indicada… es impagable. En ese momento entendés lo que significa la Escuela Pública y sabés que la gran mayoría está ahí, como vos, por amor a la profesión, porque dan todo y más para que vos estés preparado para ese futuro del que muchos gastan horas y horas hablando. Pero lo cierto también es que nada está servido, todo es difícil: los apuntes se pierden, la calefacción está apagada la mayoría de las veces y te cagás de frío, el baño casi nunca tiene papel pero no te importa porque vos seguís ahí. Y si seguís es porque algo hay, no importa la carrera que vayas a elegir. Eso es lo de menos… este país siempre fue un quilombo y lo va a seguir siendo, entonces ¿para qué vas estudiar administración de empresas o ingeniería si tus ganas y energía están puestas, por ejemplo, en las artes visuales? Largá los planos a la mierda, el Excel al diablo y preparate para dibujar o pintar. Al fin y al cabo… es tu vida. Tuya y sólo tuya. Jamás dejes que otro elija por vos porque el que va a tener que recorrer el camino vas a ser vos. Preparate para llenar tus expectativas, no las de los otros. Preparate para ser más feliz estudiando y achinando los ojos viendo por novena vez El Ciudadano Kane porque tenés que analizarla una vez más, una madrugada en la que seguramente preferís estar durmiendo.
Andá a estudiar pero porque lo deseas vos. Hacé como yo… encontrate con esa gente con la que jamás hubieras pensado encontrarte, intercambiá ideas, proyectos y vivencias. Hablá de Barthés mientras chupás un mate lavado y de fondo alguien recita una cumbia porque eso te va enriquecer mucho más que una cuenta bancaria abultada. Estudiar siempre es el camino.
Estudiar nunca es al pedo, estudiar nunca te deja a pata. Siempre pero siempre sirve y me lo digo a mí misma cuando pienso: ¿para qué carajos me va a servir estudiar sobre Realismo Francés? ¡La puta madre!, pero quién te dice que en el futuro no tenga que hacer un documental y por eso que parece una huevada salve un par de horas de investigación o ya sepa para dónde tengo que orientarla.
Hace unos días, hablaba con un profesor… y me decía: Dale, escribí. Hace tiempo que me venís prometiendo eso y nunca me lo mandás y tiene razón… porque acá estoy escribiendo otra cosa, para mí y tal vez para vos pero que sé que vale la pena. Siempre vale la pena.
A mí empezar a escribir me salvó, estudiar me hace feliz y más allá de sus típicas problemáticas amo ese instituto… Amo al ISER por todo lo que ya me dio y lo poco o mucho que me está dando y por lo que sé que me va a dar.
Estudiar es una tabla de salvación, es el lugar donde podés encontrar gente como vos que comparte los mismos extraños problemitas… Así que no seas boludo y no pierdas el tiempo y andá a estudiar porque estudiar es el camino.





miércoles, 21 de septiembre de 2016

Escribo

Escribo desde hace tiempo. Escribo porque puedo y porque, a veces, no. Escribo porque lo necesito y porque así pude escapar. Escribo porque así sano y porque duele. Escribo porque me salva y porque, también, me atrapa.
Escribo aún cuando quiero huir y porque frente a una hoja en blanco soy más valiente. Escribo cuando las palabras no salen en voz alta y porque, al teclear o al deslizar mi lapicera en un papel, puedo pensar con claridad.
Escribo cuando me enojo, cuando soy feliz, cuando lloro. Escribo cuando creo que estoy contenta y termino lagrimeando.
Escribir hace que viva mil veces y pueda ser muchas personas a la vez.



Escribo porque respiro y porque así soy más persona. Escribo porque así… escribiendo, soy la mejor versión de mi misma.
Escribir me hace más humana, más terrenal y pasional. Escribir hace que vea a la humanidad e intente no juzgarla tan duro.
Escribir hace que, todavía, tenga confianza en el mundo.
Escribir me levanta cuando sólo quiero derrotarme.
Escribir me enseña todos los días.
Escribir es lo que intento aprender todos los días. Porque escribo también estudio, y estudiando soy; y siento y mientras aprendo… sigo escribiendo. 

martes, 30 de agosto de 2016

No tenemos paz.


Hace días que no duermo. Hace días que me duele la cabeza y el alma. Cada mañana, cuando me levanto después de haber dado mil vueltas en la cama, parece que todo va en cámara lenta.

Antes tenía una rutina, ahora ya no puedo sostenerla. Desde que pasó eso en la plaza ya nada está tranquilo, ya no tengo; no tenemos paz.

Ahora sólo me ocupo de que ella esté bien. Necesito verla dormir, necesito ver que se hidrata, vigilar que coma, que se bañe e incluso me animo a intentar hacerla sonreír. Aunque no lo consigo y eso me frustra. Tengo unas ganas locas de abrazarla fuerte, de cobijarla entre mis brazos y cantarle como lo hacía cuando era chiquita, como cuando sus manos se perdían entre las mías. Quiero agarrarla y meterla dentro mío, meterla dentro de mi vientre para que nadie le haga daño. Pero no puedo y eso me desespera más, y más. En cambio, lo único que hago es plantarme en la puerta de casa como un patova para defender a mi nena, para defenderla de los agravios y de la violencia. De ese mismo tipo de violencia que se generó en la plaza. No, tal vez no de la misma, pero sí de una muy parecida.

Procuro, cada día, que ella no se acerque a la computadora, que no entre en sus redes sociales. Ya le confisqué el celular para que no vea todo lo que esos energúmenos le dicen a mi hija. Sin embargo, a veces no puedo detenerla y ella ve, porque además lo percibe, huele en el aire lo que sucede, siente lo denso que es el ambiente y además escucha los gritos y las amenazas que llegan por la ventana.
Ya le dije que tiene que cerrar su perfil pero no sé si eso va ayudar en algo. Quiero decirle que todo va a estar bien, que todo se va a resolver pero no estoy tan segura de eso todavía. Tengo miedo, tengo mucho miedo de que a ella le pase algo. Y de que yo no esté ahí para cuidarla.

Es un desastre. Todo es un desastre desde que pasó eso en la plaza. Ella no estaba ahí, ella no es la culpable. Y desde ese día hay alguien que sufre. Todos sufrimos porque desde ese mediodía no tenemos paz.
Un pibe lucha por su vida y la mía por recuperar la suya. Él está en el hospital y ella está encerrada como si ella hubiese sido responsable de que un par de chicos le destrozaran la cara. Y todo porque ese par de pibes no saben arreglar las cosas hablando. Y todo porque acusan a mi hija. A ella la juzgan y la condenan sin tener idea de lo que pasó, y ella sólo quiere saber cómo está su amor. Y ahí tampoco puedo ayudarla porque esa madre, esa mujer repleta de dolor -a la que no pienso criticar-, la madre de ese pibe que se aferra a la vida le dijo asesina a mi hija.

Ella sólo quiere recuperar su rutina, ir a su escuela como aquel último día que pudo dar su presente. Como ese mediodía en el que se aburrió en su clase de matemáticas mientras a su amor, que hacía unos días la había dejado, le pegaban hasta mandarlo al hospital.

Ella no estaba filmando la golpiza, ella estaba en su escuela, haciendo lo que hacen los adolescentes ahí: aprendiendo, aburriéndose, disfrutando con sus amigas e incluso llorando en los recreos por ese novio que ya no la quería... ella estaba viviendo una vida tranquila.

Desde ese día, desde que pasó eso en la plaza ella no puede hacer eso. Desde ese día su vida cambió, ella no puede caminar por la calle, ella no puede ir a bailar, no puede tener celular, ella no puede mirar sus redes, ella no puede dormir tranquila. Ella está encerrada, al igual que ese golpeador que ya está preso. Ella no puede tener paz y nosotros tampoco.



viernes, 3 de junio de 2016

Siete años

Hola, mi negra. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís hoy? Seguro dormiste mejor... Te veo mejor cara...Ya te extrañaba.  
Hoy te traje pollito al spiedo de las cinco esquinas, es más caro que el de la otra cuadra, pero yo sé que éste es tu preferido. Además, hoy estamos de fiesta. Cumplimos siete años juntos… Qué increíble ¿No? cómo pasa el tiempo.
Se nos viene lo más difícil, por eso que dicen todos… lo de la crisis de los siete años… Vamos a tener que ser más fuertes para encararla. Seguro este tiempo juntos, nos va a venir bien.
Bueno, che… No me mires así… Es una idea, nada más. Andá a saber si nos toca a nosotros la crisis ésa. Capaz, tenemos suerte y no nos pasa… Aunque, pensándolo bien, puede ser pura sanata. Un invento de los psicólogos… Andá a saber.
Bueno, basta… No me mirés más así. Basta. No me gusta cuando me mirás así. No puedo más, te juro que no puedo más. Estoy haciendo todo esto por nosotros. ¿No lo entendés todavía?
Ya sé que hace tiempo que estamos separados pero quiero volver.
Nadie te puede amar como yo. Nadie.
Ya sé que todos me dijeron que me aleje, que te deje vivir en paz, que soy egoísta, que estoy loco, que no te quiero bien, pero ellos no lo pueden comprender ¿Qué saben ellos del amor? ¿Qué saben de nosotros? No lo entienden… porque aunque lo niegues sé, que en el fondo, todavía me amás.
Por favor, mi negra.
¿Qué te pasa? ¿Por qué llorás? ¿Por qué no dejás que te toque? No me rechaces, no me dejes. Sos lo único que tengo, lo más importante en mi vida.
¿Por qué te negás? ¿No me querés más? ¿Qué carajos hago si eso es verdad? No llorés, no llorés más. No te quiero ver llorar.
¿Por qué no te das cuenta de que hago esto por nosotros? Vos tenés que volver conmigo. Son siete años juntos. Siete.
Mirame… ¡MIRAME TE DIGO!
Basta, basta... No corrás más la cara. Dejame que te bese, que te acaricie.
Sabés que no te conviene: No me hagas enojar. ¡No me quiero enojar!.
Me gustaría saber qué pensás sobre todo esto pero sé que si te desato, vas a empezar a gritar.
Lo único que quiero es que te vuelvas a enamorar de mí.
Tenés que entender mi amor por vos. Te quiero proteger, te quiero cerca mío. Yo te quiero cuidar… te quiero cuidar de esos hijos de puta que te miran, que te desean y que te quieren coger.
¿Ves? ¿Ves? Siempre es igual… no me valorás. ¡No ves todo lo que hago por vos! No ves de lo que soy capaz. No te quiero perder. No quiero hacerte mal… Yo sólo te quiero amar. Quiero que dejés de llorar. ¡Quiero que me vuelvas a amar!
Sólo vos podés protegerme de mí mismo, amor... Sólo vos.

sábado, 26 de marzo de 2016

El día en dejé de ser Romina.

Un día iba vestida tranqui, como siempre. Nada de pollerita corta, ni de tacos altos. Nada que pareciera provocador porque sino me gritan boludeces. Sí, en eso también estaba ganando el Patriarcado. Había conseguido que yo y un montón de pibas de mi generación, cambiáramos la forma de vestir para que no nos violen.
Un día iba pateando sola al costado del camino. Por ahí, cerca del pueblo.
Un día pegué un grito. Los que me oyeron dicen que fue desgarrador.
Un día un par de tipos se bajaron de un Duna, me tomaron de cuello y de las muñecas. Me inmovilizaron y me golpearon el estómago. Aún así -con dolor- traté de resistirme, pero no pude hacer nada. No conseguí soltar esas cadenas que me querían apresar.
Un día me subieron a ese auto y ya no volví a patear. Ya no pude patalear. Ya no me pude quejar.
Un día ese auto salió a los tumbos y ese día fue el último que me vieron viva.
Ese día... Fue el último en que me llamaron Romina.
Desde ese día tengo mil nombres: Lulú, Giselle, Samantha o Natasha.
Desde ese día vivo encerrada en una pieza. Porque sí, esto es una pieza. No un cuarto. Un cuarto era el que tenía en casa. El que tenía mi ropa, mis apuntes, mis cajones, mi cama, mis cosas y mi vida. Acá, en la pieza, ya no la tengo.
Ahora soy una víctima, una víctima que labura. Una víctima que no puede salir de acá.
De vez en cuando, algún cliente se apiada y me trata bien. De vez en cuando, no me siento tan infeliz.
A veces, cuando me hago la loca y me quiero escapar... alguna raya me empiezan a dar. Pero a mí, no me va porque esa mierda te puede matar. Aunque no sé para qué quiero seguir si esto ya no se puede llamar vivir.
La próxima vez que venga El Oso, le voy a decir que me dé más... tal vez así me pueda rajar.

jueves, 17 de marzo de 2016

Hänsel y Gretel -Adaptación para adultos, parte 1-

Junto a una gigante ciudad vivía un pobre ex empleado con su mujer y dos hijos: el pequeño se llamaba Hänsel y la niña, Gretel.
Ellos apenas tenían qué comer porque después de aquel fatídico Diciembre de 2001 esa familia quedó “culo pa´rriba” según decía el hombre. Por ello, ni siquiera podían ganarse el pan de cada día.
Una noche en la cama, cavilando y revolviéndose, con preocupaciones que no le dejaban pegar ojo; finalmente le dijo a su mujer:

  • ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo vamos a alimentar a los pibes?
  • Se me ocurre una cosa –respondió ella- Mañana, los llevamos de paseo a la capital, los dejamos en alguna plaza y nos vamos a buscar trabajo. No creo que sepan qué Bondi hay que tomar para regresar.  
  • ¡Por Dios, mujer! Yo no voy a hacer eso. ¿Cómo voy a soportar sobre mis espaldas esa carga? ¿Cómo voy a abandonar a mis hijos? Además, no tardarían en ser corrompidos por alguien.
  • No seas necio –exclamó ella- ¿Querés que nos muramos de hambre los cuatro? Ya podés ir armando los ataúdes.

Y no cesó en su discurso hasta que el hombre accedió.

  • Pero me dan mucha lástima... -expresó-.

Los dos hermanos, a quienes el hambre mantenía desvelados, oyeron los consejos de su madrastra a su padre. Gretel, entre lágrimas casi susurrando dijo:

  • Ahora sí que estamos perdidos.
  • No llores, Gretel. Yo me las voy a arreglar para salir de esta.

Cuando el matrimonio se hubo dormido, Hänsel se levantó y salió por la puerta trasera de la humilde morada. Frente a luna como testigo, recogió blancos guijarros que estaban en el suelo hasta que no le entraron más en los bolsillos. Con un beso en la frente, saludó a su hermana y entre pensamientos pidió ayuda al cielo.

Con las primeras luces del día, la mujer fue a llamar a los chicos:

  • Vamos, vagos… a levantarse que tenemos que salir.

Y dándole un pedazo de pan advirtió:

  • Ahí tienen su almuerzo, no lo coman antes porque no les voy a dar otro más.

Gretel colocó la hogaza dentro de su pequeña mochila ya que Hänsel no podía guardarlo en sus bolsillos llenos de piedras. Así emprendieron los cuatro el largo viaje a la capital. Hänsel se detenía -de cuando en cuando para volver la vista atrás- y así piedritas echar a lo largo de todo el camino.
Cuando estuvieron en medio de la ciudad, dijo el padre:

  • Quedensé acá que nosotros vamos a tratar de encontrar alguna changa.

Los dos hermanos se sentaron en un banco y al mediodía cada uno se comió su pedacito de pan. En la tarde, el cansancio les venció los ojos y se quedaron profundamente dormidos. Al despertar, vieron la noche cerrada. Gretel se asustó, pero Hänsel la consoló:

  • Espera un poco a que la luna brille y ya encontraremos el camino de regreso.

Cuando la luna estuvo alta en el cielo, el niño; tomando la mano de su hermanita, se guió por las piedras que, brillando como la plata, le indicaron la ruta.    
Anduvieron toda la noche y llegaron a la casa al despuntar el alba. Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra que al verlos exclamó:

  • ¡Pendejos de mierda! ¿Qué es eso de quedarse tantas horas en la ciudad? ¡Creíamos que no querían volver!

El padre, en cambio, se alegró de que hubieran vuelto, pues le remordía la conciencia por haberlos abandonado.

Días después, la madrastra volvía a insistir:

  • Otra vez se terminó todo; sólo nos queda un pedazo de pan y sanseacabó. Tenemos que deshacernos de los chicos.

Le dolía tener que abandonar a sus hijos, pero quien cede la primera vez, también cede la segunda. Y el hombre no tuvo el valor para negarse.
Los chicos, aún despiertos, oyeron toda la conversación.
Cuando los viejos se hubieron dormido, Hänsel intentó tomar varias piedras nuevamente; pero no pudo, pues la mujer había cerrado la puerta.
A la madrugada siguiente, se presentó la madrastra ante ellos para sacarlos de la cama, les dio un pedacito de pan aún más pequeño que el anterior y los llevó camino a la ciudad. Hänsel iba desmigajando el pan poco a poco, sembrando un camino de migas.
La madrastra condujo a los niños a un lugar en el que nunca habían estado y con excusas sobre búsquedas de trabajo, allí los soltó. Sin saber cómo actuar, se quedaron a esperar y el sueño los venció.
Se despertaron con la noche oscura y cuando se disponían a regresar, no encontraron ni una sola miga, era lógico... se las habían comido los pájaros. Hänsel miró a su hermana y dijo:

  • Tranquila, ya daremos con el camino.

Aunque no fue así, anduvieron toda la noche y todo el día siguiente vagando por allí. Sufrieron hambre pues no habían comido más que unas naranjas ácidas de un árbol que había en la calle. Cansados y con las piernas negadas a sostenerlos, se echaron otra vez y se durmieron.
Amaneció ese día tercero desde salieron de casa: reanudaron la marcha, pero cada vez se extraviaban más. Si alguien no acudía pronto en su ayuda, estaban condenados a morir de hambre. Al rato, vieron un hermoso pájaro blanco que; incansable, cantaba. Ambos pensaron en comérselo instantáneamente. El animal pareció adivinar sus pensamientos y por ello, extendió sus alas y voló veloz. Los hermanos comenzaron a correr detrás de él, llevados por el hambre. Sin saber cómo, ni cuándo los niños llegaron a una casita de la que salía olor a bizcochuelo, chocolate y, por las ventanas, se veían varias consolas de juegos. Con los ojos cerrados y deseosos por probar aquellos manjares que percibían con sus olfatos, comenzaron a acercarse a la puerta. De repente, se abrió bruscamente y salió una mujer altísima que los miraba casi sin pestañear.

  • Hola, pequeños ¿Quién los trajo hasta acá?

Los chicos no contestaron. Por ello, ella siguió:

  • Vengan conmigo, no tengan miedo, no les voy a hacer daño.

sábado, 12 de marzo de 2016

El Bingo del tío.

Nací en el seno de una familia extraña. Seguramente, en estos momentos, estarán pensando que ustedes también nacieron en una de ésas y puede que sea cierto… Pero ninguna otra, al menos que conozca hasta ahora, tiene un tío millonario dueño de un bingo.
Pasé parte de mi infancia dentro de aquel edificio que anteriormente había sido un teatro. Teatro en el que, según cuenta la historia popular y cultural de San Fernando, Prov. de Buenos Aires, había cantado Gardel.
Algunas tardes, nos llevaban a mis primos y a mí a aquel lugar inmenso; repleto de mesas, sillas y lugares oscuros perfectos para jugar a la escondida. Había, también, una barra de madera altísima para mi altura (Sí, siempre fui petisa y claramente todo era demasiado grande para mí) que era parte del bar y en donde pretendíamos ser mozos, aprovechando las bandejas de acero inoxidable. Armábamos tanto quilombo con la máquina de café que siempre terminábamos con la ropa manchada y con algún castigo a cuestas.
La binguera era prácticamente mágica para la niña de seis años que era. Aquel aparato, movía bolas a una velocidad inconcebible y las mostraba en televisores 29 pulgadas. Tecnología totalmente desconocida por el común de la gente. Corría el año 88´ y creo que Papá aún estaba pagando el Grundig Super Color serie 16 F18 en cuotas. Es decir, los pobres como nosotros solo veíamos televisores grandes en las vidrieras de los negocios de venta de artículos para el hogar.
Siguiendo con mis recuerdos del “Bingo del tío”, se me viene a la memoria un día en donde mi viejo nos llevó a una de las zonas que aún no estaban modificadas. Subimos una escalera de madera bastante destruida -creo que todavía la escucho crujir en mi cabeza- y llegamos, mis primos y yo, a un palco del viejo teatro. Faltaban un par de tablas en el piso. Papá nos dijo que tuviéramos cuidado porque nos podíamos caer y, si eso pasaba, podíamos llegar a tener varios golpes en la cabeza pero no por la caída... Sino de los que él nos iba a dar. Sobre todo si le contábamos a nuestras Mamás que nos había llevado hasta allá. Para mí, todas eran aventuras en aquel espacio. Más allá del miedo que sentía a veces, en los antiguos camarines devenidos en vestuarios, por aquel fantasma que decían que había.
El tiempo pasó y el negocio del tío… Avanzó. El juego empezó a crecer en Argentina y con él la cantidad de gente que creía que se iba a salvar con ese entretenimiento. Llegaron las máquinas slots a San Fernando, ésas que todo el mundo conoce como “Maquinitas”. Los grupos de Ludópatas eran cada vez más. Intentaban ayudarse unos a otros pero abandonaban las reuniones y enseguida se los volvía a ver por allí.
Yo lo veía todo a través de los vidrios que daban a la sala. Todavía era menor de edad y no podía estar en el mismo espacio que los clientes cuando el lugar estaba abierto.
Mientras tanto, mi casa se desmoronaba. Papá y Mamá se separaban. Yo pasé a tener dos casas. Al principio, todo fue simpático. Mamá destrozaba la tarjeta de crédito de Papá y yo disfrutaba de los beneficios. Salía cuándo quería sin avisarle a ninguno de los dos, acto creía “de gran rebeldía”. Total, después decía que le había avisado al otro y no pasaba nada. Así fue que conseguí mi primer celular para informar, en todo momento, mis movimientos.
A mi viejo lo ascendieron en el Bingo a Supervisor de Sala de Slots y mi vieja empezó a trabajar, de noche, todos los días en el mismo lugar. Ellos se cruzaban, alguna vez garchaban y a mí me rompían las pelotas. Amenazaban con volver una semana y a la siguiente se odiaban otra vez.  Hasta que me harté y les pedí que dejaran de contarme cómo iban.
Los días iban avanzando, sin darme cuenta, ya tenía 18 años. Yo trabajaba dando clases de gimnasia y de danzas. Algunos mediodías, me iba a almorzar con Papá mientras él trabajaba. Así conocí a casi todos los empleados del turno tarde. Algunos de ellos, unos años más tarde, iban a ser mis compañeros. Porque sí, debo admitir que me resistí. Yo no quería formar parte de “La Empresa”. No quería ser un familiar más dentro del negocio pero lo que sí quería… Era estudiar y para eso necesitaba algo de plata. Plata para mis clases de danza que claramente, con mis horas como instructora, no podía pagar. Así que, a mis veintiún tiernos años entré a trabajar allí. De 9 a 13 para que el resto del día me quede libre y así tomar cuanta clase nueva existiera.
Cuando hablé de mi años los califiqué como tiernos y sí, así eran. A esa altura de la vida, todavía era bastante ingenua y creía, mucho más que ahora, en la gente.
Días después, esa idea iba a empezar a cambiar. Conocí realmente a esos clientes de los que se quejaban las empleadas de Papá que, ahora también, eran compañeras mías. Esos clientes eran lo peor de lo peor. Ancianos decrépitos y gastados que, si podían, te cagaban plata para después perderla en las maquinolas o en la ruleta electrónica. Obviamente, la plata que me faltaba… la tenía que poner yo, de mi bolsillo.
También venían esas mujeres amables y simpáticas, que siempre estaban coquetas, que a mí me parecían geniales hasta que me enteré que se prostituían. No es que me dejaran de parecer buena gente, pero debo admitir que empecé a tenerles un poco de pena.
Otros especímenes raros eran esos treintañeros que, en vez de estar laburando al mediodía, estaban ahí chupando cerveza e invitándote a salir. Y cuando encima les decías que no... Se ofendían y te trataban mal.
El tío decía que había que tratarlos bien porque: “Gracias a ellos… Nosotros comíamos”. Era claro que él no soportaba los “piropos”, ni las asquerosidades que ellos nos decían.
Era evidente, el mundo no era tan maravilloso como creía y mi laburo diario me lo demostraba a cada momento.
Comencé a hacer analogías entre la “realidad del país” y lo que sucedía allí dentro. Y así, mi inocencia se fue diluyendo... Como el dinero de aquellos clientes.
Por suerte, había otros clientes que eran agradables.
Mientras tanto, seguía almorzando… Cerca de esa binguera que me había sorprendido tanto de chica. Cerca de ese artefacto que ya no tenía nada de mágico pero que siempre recuerdo. Aunque ya no con tanta nostalgia.
Un día de esos en los que me levantaba tarde porque estaba de franco, prendí la tele. Sin querer, pasé por Crónica TV y allí estaba la binguera. Manchada de sangre con la imagen de un cuerpo inerte debajo. Jamás voy a poder olvidar esa pantalla, nunca se me va a ir esa sensación.
Un tipo cualquiera, uno de esos tantos clientes que teníamos, había entrado por una puerta de emergencia ya cuando el Bingo estaba cerrando, pero como el Gerente y la Supervisora lo conocían, lo dejaron entrar. Él ingresó con un arma en una de sus manos y un bidón de nafta en la otra. Roció la binguera, al gerente y a la supervisora con aquel líquido. Dijo que “Por el bingo lo había perdido todo” y se pegó un tiro en la sien.
Mi vieja había sido testigo de ello. Esa tarde me lo contó llorando. Recién allí… Entendí lo que significaba el juego para una persona. Recién allí, comprendí de lo que era capaz alguien desesperado.
Ya no me gustó tanto la binguera, ni el “Bingo del tío”.

martes, 8 de marzo de 2016

No quiero

En este día:
No quiero flores.
No quiero bombones.
No quiero que me digas "Feliz día".
No quiero regalos.
No quiero perfumes (aunque me encanten).
No quiero joyas, ni brillantes.
No quiero perlas, ni alhajas.
No quiero ropa, ni abrigos.
No quiero piropos, ni risas burdas.
No quiero que me lastimes.
No quiero que me pegues.
No quiero que mates. 
No quiero vivir con miedo.
Quiero respeto.
Quiero un trabajo digno por el que me paguen lo mismo que a vos.
Quiero que me trates con dignidad.
Quiero tener el puesto que me merezco.
Quiero que me escuches.
Quiero que me veas como una igual.
Quiero laburar.
Quiero ser dueña de mi vida. 
Quiero mi lugar.

domingo, 6 de marzo de 2016

Decálogo de las cosas que quiero que sepas (Que terminaron siendo 11 porque tengo dos puntos 2)


1. Hermana, vos sos ÚNICA e increíble. No quiero que nada, ni nadie te haga pensar lo contrario. Vos sos especial y maravillosa. Dentro tuyo hay un poder inagotable de energía que va a hacer que puedas superar todas y cada una de las pruebas que te presente la vida. 

2. Antes que nada tenés que amarte a vos misma para ser feliz así. Ningún hombre puede llegar a hacerte daño diciéndote algo que no quieras. Podrás llorar y seguramente ya lo habrás hecho por alguien, pero sólo vos tenés el poder de curarte y de salir adelante.

2 (Bis). Amo ver cómo creciste y sé que lo voy a hacer todavía más cuando vea tu futuro. Todavía recuerdo tus piernitas pequeñitas dando tumbos dentro de la incubadora. Aquel día después del caos general en pleno 2001, vos decidías nacer y llegar a nuestras vidas para cambiarlas para siempre. Los que nacieron ese día, seguramente, tienen la energía y la fuerza necesaria para salir adelante aún en los peores momentos. 

3. Vos sos capaz de hacer todo aquello que te propongas. Siempre que lo hagas con pasión, cariño y amor... Vos podés hacerlo... Que nadie te convenza de lo contrario. Vos sos capaz y tenés el potencial para poder hacer y crear lo que desees.

4. Confiá en vos misma. Nada, ni nadie va a ser tu mejor consejera. Nadie te conoce mejor que vos. Podés escuchar a los demás y eso está bien. Muchos estamos en tu vida para darte una mano porque te amamos, pero NADIE va a saber mejor lo que necesitás que vos. Nadie va a tener el tiempo suficiente, ni la energía, ni la sabiduría para saber qué es lo que amás, que es lo querés y qué es lo que deseás para tu vida. 

5. Cuando alguien te diga NO en la vida... No te frustres, seguí intentando. En ese momento, vas a poder llamarme, vamos a llorar juntas, pero vas a salir adelante. Ese NO tiene que servirte como impulso, ese NO tiene que darte la energía para seguir probando y experimentando. Tal vez te equivoques, tal vez no. Si te equivocás, no va a dejar de ser una gran experiencia vivida de la cual vas a tener que aprender y si no te equivocás, vas a ser feliz por lograr aquello que alguien te dijo que no podías hacer. Eso genera mucha satisfacción. A las grandes mentes y seres humanos del mundo, alguna vez, le dijeron que no y siguieron adelante. Y TRIUNFARON. 

6. Que la necesidad de triunfar y "ser alguien en la vida" no te haga olvidar que la vida se hizo para disfrutar, para relajar y para ser feliz. Descansar, viajar, respirar aire puro o vivir un momento repleto de risas con amigos... También es triunfar. La vida está repleta de experiencias que existen para ser vividas, NO TE OLVIDES NUNCA DE ESO. A la larga, el dinero no te lo llevás, el trabajo (si no es un laburo que amás) no te completa... Lo que sí puede hacerlo son los momentos disfrutados, los momentos felices. Los recuerdos quedan grabados en la memoria... Y por ellos, es que uno puede decir que es millonario. 

7. NINGÚN HOMBRE, NINGUNA MUJER, NI NINGÚN AMOR viene a esta vida a completarte. Vos ya estás COMPLETA. Vos sos lo mejor para vos. La vida en pareja es divina si sabés con quién compartirla, pero no te comas el verso de la media naranja. Esas cosas las inventamos los escritores porque son lindas de decir, porque quedan bien. Pero vos y nadie más que vos, puede hacer que seas feliz: con tus elecciones, con tus momentos vividos y con la gente que prefieras para compartir tu vida. 

8. Muchas veces van a querer herirte. Es una cagada, lo sé... Pero no te puedo mentir. En el mundo existe la gente hija de puta, gente que no es feliz y que muchas veces, por sus propios fracasos y por sus propias frustraciones, es que van a lastimarte. No es personal o al menos puede no serlo. Sinceramente creo que cuando alguien lastima a otra persona, no está haciéndolo conscientemente... En realidad, se lastiman a sí mismos a través tuyo. Por eso, a la gilada ni cabida. El dolor existe y la gente es conchuda. Podrás llorar, podrás patalear, pero NUNCA tenés que dejarte vencer por el comentario o la malicia de otra persona. 

9. Aquello que desees para tu vida vos... Va a estar bien. Que nadie te diga otra cosa. Vos sabés lo que te hace bien. Si querés viajar y conocer el mundo, va a estar bien. Si querés estudiar y hacer algo para vivir, hacelo. Si querés casarte y tener 12 hijos, también va a estar bien (Y yo voy a estar feliz porque voy a tener muchos sobrinos), pero vos Y SÓLO VOS sabés lo que querés para tu vida. SOS LIBRE DE ELEGIR. 

10. Jamás dejes de recordar que tenés una familia que TE AMA INTENSA, INMENSA E INFINITAMENTE: que aunque vengas vencida porque algo no salió bien, que aunque las cosas no hayan salido como vos querías, que aunque a veces la vida parezca cuesta arriba... NOSOTROS, TU FAMILIA, vamos a estar ahí para apoyarte, para abrazarte y apapacharte como lo necesitás. Nosotros vamos a ser el bálsamo y la fuerza que necesitás para volver a tomar envión y enfrentarte a la vida con energía. 

lunes, 29 de febrero de 2016

NO LO ENTIENDO.

¿Cómo le explicás a las nuevas generaciones lo que está pasando en la sociedad actual?

¿Cómo hacés para que un niño entienda que los medios nos llenan de prejuicios y de mierda -más de una vez- con respecto a lo que hacemos las mujeres?

¿Cómo hacemos para modificar el paradigma y que ese espécimen que hoy justifica el femicidio comprenda que lo está haciendo está mal, que no le puede decir guarangadas a una piba por la calle porque no corresponde?

Aunque lo peor de todo eso es que a ese muchacho... También lo crió una mujer: que justificó, entendió y avaló que a una chica le digan PUTA por llevar minifalda. Lo crió una mujer que también es cómplice de toda esta situación. 
NO LO ENTIENDO. 

¿Cómo puede ser que sigamos perdiendo vidas, día tras día, por estas cosas? 

¿Cuándo va a ser el día en que no existan frases como: 

"¿Y qué querés? Si se vestía así... Se lo estaba buscando."

"Y seguro que estuvo provocando y después no se la bancó."

"Seguro se les pasó la mano un poco, pero tampoco es para tanto. No fue un abuso."

"Corte que se resistía, pero yo fui más fuerte y al final la piba se dejó"?

Insisto, NO LO ENTIENDO. No comprendo y no quiero comprender que esto es lo que estamos haciendo como sociedad, que esto es lo que ha avalado mi abuela, mi madre y hasta yo por generaciones y generaciones, que hemos creado un GRAN MONSTRUO y que ahora es difícil de manejar porque aunque haya miles de marchas como "Ni una menos"... Las pibas siguen muriendo. Siguen perdiendo la vida una y otra vez y nosotras seguimos bancando y soportando hasta el acoso callejero. Y al fin y al cabo... No hacemos nada para que la cosa modifique. 
Finalmente, yo no quiero hablar de patriarcado, ni nada de eso... Pero a la larga o la corta, lo termino haciendo porque no entiendo cómo estas cosas siguen pasando, cómo no hacemos nada para que se modifique. NO LO ENTIENDO.

¿Cómo hacés para que ese niño que crece día a día pueda cambiar la historia? 

¿Cómo hacés para cuidar a tu hija adolescente? 

¿Cómo hacés para que cuando salga a la calle no tenga miedo porque ese día eligió ponerse un shortcito y le tenés que hacer saber que le pueden llegar a tocar el culo?

Porque claro, el macho tiene derecho... Si vos elegís el short, ellos creen que tienen el derecho de tocarte. Ellos pueden pasar por encima de tu intimidad porque "Vos sos la putita que se viste así. A la larga, estás pidiendo que te den pija" y ¿sabés qué? 
NO. 
No estoy pidiendo pija...
Las pibas que van por la calle no están pidiendo pija...
Mi hermana adolescente no está pidiendo pija...

Y me da MIEDO, un miedo atroz y paralizante tener que enseñarle que se cuide... Y no quiero llegar ni a pensar en algo malo. Porque, en realidad, quisiera no tener que enseñarle esas cosas. Porque quisiera que mi hermana y que cualquier piba de mi barrio o del tuyo, el día de mañana, pueda salir tranquila vistiendo como quiera sin pensar que la van a manosear o denigrar con comentarios patéticos y asquerosos. 
Porque sí, viejo, sos un asqueroso. Un viejo baboso que deberían encerrar porque estás mirando chicas que podrían ser tus nietas. Y porque como sos tan mente podrida ni siquiera podés ponerte a pensar que podría ser alguien de tu familia. 
Y yo que fui criada en esta puta sociedad, y ya con treinta y tres tengo que seguir soportando que por la calle me digas boludeces, y yo que a esta edad tengo más ganas y toda la valentía que curtí en la calle puedo contestarte y mandarte bien a cagar, viejo pedófilo. Pero mi hermana tal vez no. Aún no. Y eso me da TERROR. Terror que se encuentre con alguien como vos, pero como ella también está dentro de este mundo, ella también va a tener que aprender y el día de mañana también, vas a ver, te va a poder contestar. Y se va a defender. De gente como vos. De hijos de puta y basuras como vos. Porque, por ahora, es lo único que se me ocurre y lo único que siento que está a mi alcance. 
Enseñarle como hicieron conmigo a que se defienda... Y entienda que el enfermo acá sos vos. 
Y que la próxima vez que te vea... No te escuche y te mande a cagar. 
Y que la próxima vez que te vea... Eso que podés llegar a decir no le afecte y te conteste. 
Y que la próxima vez... Allá a lo lejos y en un futuro lejano... No tenga que contestar... Y que la próxima vez, no haya una próxima vez.