miércoles, 16 de septiembre de 2015

Mi Baúl.


Qué difícil es hacer un viaje hasta un baúl de los recuerdos... sobre todo teniendo en cuenta que no estuve de cuerpo presente allí, en ese momento que suele ayudar en este tipo de consignas.
Seguramente este texto sería muy diferente, aunque buscando entre mis cajas mentales, algunos pasan por mi cabeza.
Un muñeco de Alf que adoraba pero me traía un par de estornudos de regalo cada vez que lo ponía entre mis manos.
Una muñeca Barbie, la única que tuve de primera mano porque me la regaló mi abuela Olga, la más genia de todas las abuelas. Esa que me malcriaba incesantemente. Aún así, a esa muñeca sólo la hacía caminar y le cambiaba la ropa. Nada era especial entre nosotras, hasta que llegó esa mesita redonda amarilla, azul y roja en la que se armaron las más ricas comidas entre la Barbie de la alta sociedad y las otras muñecas más de Beccar como yo.
Un par de pelotas de goma sin cámara, sólo rellenas de aire, las solía usar cuando me ponía a jugar en la calle con mis primos. Siempre que no lloviera. Esos días eran terriblemente aburridos, tanto que nos animamos a romper una regla de oro de la tía Raquel "No se juega a la pelota adentro del cuarto". Esa lluvia tuvo que ser especial, sin dudas, porque nos pusimos a jugar a los penales usando el ropero como arco. Todo funcionó bien en la primera tanda de cinco. La gané yo y mi primo Nico, dos pares de años más pequeño, se la tuvo que aguantar. Lamentablemente, después vino la revancha y con ella el fin de los días de esa pelota con rombos naranjas. El marcador quedó en un triste cuatro a cinco y mi primo no dejaba de cantarme "Calentitos los panchos" y de hacerme chiva calenchu. Yo no lo pude soportar, traté de advertirle que no siguiera pero no me escuchó, entre gritos ahogados intentaba admitir que mis niveles de enojo estaban subiendo considerablemente y  pasado un tiempo que, a mí me pareció eterno, yo descargué mi ira contra la esfera que me había entretenido. Le marqué mis dientes hasta oír sus quejas aireadas, me saqué el triste pedacito que quedó entre mis dientes y se lo tiré con todas mis fuerzas a la cabeza. Nico empezó a llorar y yo recién ahí me di cuenta de lo que había hecho. Traté de calmarlo, seguramente quise sobornarlo, pero el pibe no se calló. Finalmente, la tía se enteró y nos retó a los dos. A él por desobedecer sus reglas y a mí por destructora.
El baúl estaba más cargado de lo que yo pensaba, y ahí estaba mi proyector celeste de marca Gol Star. Ese era mi juguete favorito. Lo usaba sola, iba al cuarto de mis viejos, cerraba puertas y ventanas. Lo conectaba y frente a una pared blanca, me ponía a leer y pasar rollos. No sé cuántas veces leí "El gusanito y la manzana"... pasé varias horas de mi infancia en ese cuarto y con ese proyector. Tardé en aprender la moraleja pero acá estoy tratando de trabajar para terminar, otra vez, detrás del proyector.

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